Venganza

Estaba acabado.
La puñalada trapera que acababan de darle le hundía en la miseria.
¿Cómo lo habían denominado? ¡Ah!, si,
“Reorganización y replanteamiento de prioridades”.
En pocas palabras, reducción de plantilla.
Por lo visto los más de mil millones de beneficios obtenidos el año anterior no bastaban para los codiciosos dueños de la empresa.
Primero habían caido los temporales y ahora, como la reducción de gastos, por lo visto, no era suciente, les había tocado a los más antiguos.
¡Oh, si! Todo habían sido buenas palabras, “finiquito suculento”, “prestación de desempleo de gama alta”, “inmejorables referencias”, “bla bla, bla bla…”
El resumen era que lo ponian de patitas en la calle con una edad en la que resultaba sumamente difícil encontrar un nuevo empleo, pero en la que la jubilación quedaba todavía demasiado lejos.
¿Y que iba a hacer ahora?
Tenía una famila de la que cuidar y unos pagos mensuales inevitables.
Dentro de un par de años, ¿Cómo se las iba a arreglar?.
Su mujer también trabajaba, claro está, ¿Quién puede permitirse, hoy en día, quedarse en casa a cuidar de los hijos?
Bueno, si, las esposas de los que le acababan de amargar la existencia, seguro que ellas no tenían los problemas de la suya.

Los días habían pasado y no había hecho otra cosa que sumirse en la desesperación.
La sed de venganza había hecho mella en él y pasaba los días imaginando maneras de arruinarles a ellos aunque ninguna factible.
Carecía de experiencia en cualquiera de los campos que abarcara su imaginación. No era una mala persona y todas sus elucubraciones se le antojaban delirios.

Pero una idea había cuajado en su mente. Una idea que no se le antojaba descabellada. Y hoy era el día perfecto para llevarla a cabo.
Al día siguiente iba a salir de viaje con su familia. Habían planeado salir temprano para evitar atascos. Se levantaría antes, recogería todas las garrafas vacías de agua, iría a la gasolinera aquella que no tenía personal de noche, y las llenaría de gasolina. Después las derramaría en el edificio de su ex-empresa y le pegaría fuego.
Ya sabía que tenían un seguro y todo eso, pero mientras se solucionara todo el papeleo, habría pérdidas. Lo único que deseaba.

Activó el despertador del móvil, lo dejó en vibración, para no despertar a nadie de la casa, lo colocó debajo de la almohada…

Y dejó en manos del destino la solución.
*-*-*-*-*

4 comentarios:

  1. Y ali había visto, pero olvidé ponerlos entre mis enlaces. Cosas que pasan. Ahora mismo solo he leido la última entrada. Una desgracia para cualquier persona el que te pase algo así.

    Aunque la solución que le das es un poco drástica...JAJAJA

    ResponderEliminar
  2. Si te fijas, Toni, mis cuentos son bastante drásticos. jeje. Además no digo que lo haga, lo dejo en el aire. Por imaginar que no quede.

    ResponderEliminar
  3. Hola cuentacuentos ;)
    Ya ves, hice tiempo para saludarte y leer tu última historia y dejar una nueva entrada, jajaja.
    La desesperación es una mala consejera. Será cuestión de ser inteligentes y que los poderesos entiendan que no hay que dar lugar a que otros la sufran... por el bien de todos.
    Un fuerte abrazo.

    ResponderEliminar
  4. Ummm, un final abierto...
    Así cada uno ponemos la guinda.
    Creo que el despertador no sonó, se fueron de viaje y cuando regresaron nuestro amigo canalizó todas sus fuerzas en conseguir un nuevo trabajo y lo logró !!
    Quizás venda menos que una despedida más accidentada. Pero a mí me deja más satisfecha.
    Espero que el día vaya perfecto.
    Muaksssss.

    ResponderEliminar