La garita de Zoraida

Es casi medianoche.
Casi medianoche del martes 13 de marzo.
Mal día y mala hora para estar allí.
¿Qué cojones hacía él allí?
Es más, ¿que cojones hacían todos ellos allí?.
¿Qué mierda se les había perdido en aquel desierto?
¿Y para que cojones lo querían?

Le arreó un viaje a la botella que sus compañeros le habían dado.
No sabía si había algo de cierto en la leyenda de la garita de Zoraida, pero le había tocado hacer guardia en ella, aquella precisa y jodida noche.

Le pareció oir un ruido a su derecha.

Los compañeros le habían dicho que si oía algo aquella noche, se acurrucara lo más al fondo de la garita que pudiera, cerrara los ojos y que, si podía, no respirase siquiera. ¡JA!
El no era un puto cobarde. Si había que bailar lo hacía, aunque fuera con la más fea.
Como oyese un suspiro más, se iban a enterar.
Mientras, le endiñaría otro tiento a aquel brebaje con más alcohol que una destilería.

El ruído se repitió y el giró, raudo, hacia el sonido apuntando con la ametralladora.

Las ordenes decían que había que dar el alto de viva voz.
¡Que se metieran las jodidas órdenes por el culo, que él no iba a facilitar su localización tan alegremente.!

Algo se movió hacia su izquierda y él siguió ese movimiento con el cañón del arma.

Seguro que eran esos soplapollas que le habían contado el cuento, o algún pez gordo con ganas de tocarle los huevos.
Pues que se anduvieran con cuidado, que no le importaría dejarlos fritos y decir que no habían respondido al ¡Alto! que él había gritado bien fuerte. Y a ver quien era el guapo que demostraba lo contrario, porque él, donde ponía el ojo ponía la bala. O el cañón. Jajajajajaja.



- ¡Dios mio!. Mi sargento, venga a ver esto.-
El sargento se acercó a la garita hacia cuyo interior miraba el soldado que iba a hacer el relevo matinal.
-¡En nombre de Dios! ¿Qué ha pasado aquí? – exclamó retrocediendo unos pasos mientras se cubría la boca con el antebrazo.
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