Ella sola

(¡Venga!, un esfuerzo más. Un último apretón y ya estará), pensó mientras se enjugaba el sudor de la frente.
Hizo ese último esfuerzo y ¡al fin! repiró aliviada mientras la contemplaba. ¡Que bonita era!
Su marido diría que todo el mérito era suyo, por supuesto. ¡Siempre se atribuía el mérito de todo lo que hacía ella.
Y, si, claro que había contribuido, pero si ella no hubiese insistido hasta la saciedad, jamás hubiera claudicado.
El no quería.
Por principio, nunca estaba de acuerdo con lo que ella proponía y tenía que insistir hasta vencer su resistencia por puro aburrimiento.
Lo mejor del caso es que era casi un juego aceptado por ambos desde el principio.
Ella tenía una idea, un deseo, una proposición y se lo exponía.
Su primera respuesta era siempre ¡ni hablar!
Pero hablaban, bueno, ella hablaba.
Explicaba las ventajas de llevar a cabo su idea, las desventajas de no hacerlo, insistia, se "enfadaba", hasta que el decía: "Bueno, ¡tu verás! luego no me vengas con cuentos". O "Hazlo, pero apáñate" o algo semejante.
Esta vez había sido igual.
Ella le había dicho una noche mientras cenaban: "Cariño y si..."
Le había costado dos semanas convencerle, pero al final habia dado el visto bueno, incluso la había acompañado esta mañana con el coche. Y al llegar a casa le había dicho, como de costumbre: ¡Apáñate solita!.
Y lo había hecho.
Ella sola.
¡Había logrado montar la estantería para ordenar las pilas de libros que se amontonaban por toda la casa.!