La primera vez

Estaba allí, sentado, mirando a las demás personas que, como él, estaban esperando; estudiando sus rostros, esperando encontrar en alguno un signo de alegría.
En vano.
Ninguno de los presentes aparentaba estar ni medianamente alegre.
Se sentía engañado.
Todos los que decían quererle le habían insistido, obligado, a ir allá.
Todos le habían dicho que no pasaba nada, que era algo que había que hacer, que ni se enteraría, que todo el mundo lo hacía, que, que, que…
No solo se sentía engañado, estaba simple y llanamente ACOJONADO.
La palabra se le presentó así, en letras grandes y casi creyó que todos le habían leido el pensamiento, pues algunos le sonrieron.
Pero no eran sonrisas alegres. Dulces si, pero no alegres.
Miró tímidamente a su madre, pensando que si ella también había notado la palabra tenía la bronca asegurada, pero no, al parecer ella no se había enterado. Seguía enfrascada en la revista que había cogido al sentarse. ¡Buf! Eso le quitó un peso de encima, pero el canguelo seguía presente.
A lo mejor era miedo a lo desconocido, quizás tenían razón, pero…
Quería escapar, pero sabía que no iba a poder, así que pensó que ojalá ya hubiese pasado todo, para bien o para mal y estar lejos de allí.
Empezó a sudar y a removerse inquieto.
Eso si llamó la atención de su madre.
-¿Quieres parar de una vez? – le reconvino.
El intentó estarse quieto, pero cuanto más lo intentaba más parecía que una legión de pulgas se estuviera paseando por su cuerpo.
Un par de los presentes habían sido llamados, pero no les vió salir, así que no podía deducir si era cierto lo que le habían dicho.
Finalmente le llamaron a él.

-¿Ves como no pasaba nada? – le dijo su madre al salir.
- Si, mamá, tenías razón - contestó – no volveré a tener miedo de ir al dentista.-
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