La hoja en blanco

Una hoja en blanco.
Su peor pesadilla.
Llevaba demasiados días con aquella hoja en blanco frente a sus ojos.
A veces cogía el lápiz y se sentaba esperando cazar al vuelo aquella imagen que había entrevisto.
En vano.
Era como si el simple hecho de sentarse lo hiciera desaparecer.
Salía al jardín y arrancaba algunas malas hierbas mientras su mente revolvía en su interior tratando de agarrarlo. A veces parecía que regresaba y corría a sentarse frente al papel, tomaba el lápiz y ¡puf! el destello que había creido adivinar se esfumaba.
Sabía que todavía le quedaban muchas historias que contar. Tan solo necesitaba ver a sus protagonistas. Que tomaran cuerpo, como habían hecho tantas otras veces, cuando su mano y su lápiz, convertidos en uno, formaban un todo. Cuando un nombre o una frase, escuchadas al vuelo, provocaba la aparición del personaje y, por ende, la historia.
Cuando era capaz de pasar dias enteros escribiendo la historia que ese personaje le contaba, y seguir allí, sentado, sin preocuparle el tiempo que transcurría, preocupándose, apenas, de satisfacer sus necesidades más básicas de forma casi mecánica, hasta que ponia la palabra FIN.
Entonces volvía a la realidad, ponía su vida en orden, se reencontraba a si mismo.
Luego retomaba la historia que había escrito a fin de corregirla, pulirla, y enviarla a su editor.
Ciertamente este ritmo de vida no era la más adecuada para mantener ningún tipo de relación continuada. Cuando un personaje irrumpía en ella, olvidaba cuanto había a su alrededor y así había logrado apartar de sí cualquier asomo de relación, a base de citas olvidadas, llamadas no efectuadas, disculpas no ofrecidas.
Pero no le importaba. Sus historias eran su vida y sus personajes sus compañeros.
Y ahora le habían abandonado.
Se levantó y se dirigió nuevamente al jardín a seguir arrancando malas hierbas, pero al pasar junto a la puerta de entrada cambió de parecer.
Se puso la chaqueta y se dirigió al pueblo.
Pasaría un rato en el pub, se tomaría una cerveza, vería a sus congéneres jugar unas partidas a los dardos, charlaría con el camarero y prestaría atención a cuanto sucediera a su alrededor.
Quizá la magia regresaría.
Quizás volviera a escuchar la palabra que se le había escapado.