Olvido

- Dígame la verdad, doctor, ¿Cuánto me queda? -
- Quizá prefiera que esté su familia con Vd. –
- No tengo familia. Dígamelo, por favor. –
- Bien… dos meses a lo sumo…-
- ¿Y como será? –
- Muy malo. Si por mi fuera le ingresaría ahora mismo, pero dado que todavía no precisa de atención hospitalaria… voy a recetarle unas píldoras. Tómese media cuando el dolor sea muy molesto y una entera si es muy intenso. Pero no doble esta cantidad. Cuando ya no sienta el efecto, venga. Cuidaremos de Vd.-
- Gracias por su sinceridad. Adios-
- Adios.-

Dos meses…
Dos meses…
Dos meses…

No podía pensar en nada más. Sólo dos meses y tantas cosas por hacer.
Al llegar a su casa se dirigió a la salita.
Ella estaba allí, como siempre, dormitando en su sillón favorito.
Se acercó y la acarició sin tocarla, por temor a despertarla.
“¿Y que va a ser de ti dentro de dos meses?”
Ella se removió un poco, abrió los ojos y le miró sin verle, como miraba todo lo que la rodeaba. Sin saber qué veia.
- ¿Y los niños? – le preguntó. Siempre le preguntaba lo mismo.
- Están bien – respondió él, como siempre, sabiendo que ella ya no le prestaba atención. – Ahora vuelvo, voy a quitarme los zapatos.-
Siempre le contaba todo lo que hacía, aunque ella no escuchara.
Vio que había vuelto a adormilarse y salió, cuidando de no hacer ruido.

Ya en la habitación, sentado en la cama, aún le daba vueltas a todo.
Miró el crucifijo que había presidido su tálamo desde el primer día.
- ¿Qué te hemos hecho para que nos castigues asi? – le preguntó.
No era la primera vez que se lo preguntaba.
Se lo preguntó por vez primera cuando regresaron del hospital tras el accidente que segó la vida de sus hijos.
Volvió a hacerlo cuando ella no salió de la depresión posterior.
Y de nuevo cuando la enfermedad del olvido, esa con nombre de criminal nazi, se ensañó con ella.
Había dedicado su vida a cuidarla.
Se negaba a ingresarla, como le habían aconsejado todos.
Y ahora ya no quedaba nadie.
Solo el. Y ella.
Dos meses.

Dedicó el resto del día a poner en orden sus cosas, bajó a la farmacia a por las píldoras que le habían recetado, escribió un par de cartas, bañó a su esposa como buenamente pudo, le puso el camisón y la acostó.
Preparó dos vasos de leche y los llevó a la cama.
Le dio uno a su amada.
- ¿Y los niños? -
- Vamos a buscarlos, mi amor. Bébete la leche.-
Ella se bebió todo el vaso y el le limpió los labios con los suyos.
Se quedó mirándola, esperando.
No quería que hubiera ningún fallo.
No se bebería su vaso hasta estar seguro.
De repente ella abrió los ojos, le miró y le sonrió.
Y él volvió a ver la sonrisa que le había encandilado aquel día, tantos años atrás.
- No tardes, mi amor, - le dijo ella – los niños y yo te estamos esperando.-
*-*-*-*-*

2 comentarios:

  1. Hola guapetona! Tal y como te dije voy siguiendo tus escritos. Todos te atrapan de una forma o de otra, pero en este caso (Olvido), se me ha erizado la piel y he soltado un suspiro al final. uffffffffff
    Que mas puedo decirte!!
    Sigue y conseguiras tener adictos a tus escritos.
    Besitos
    Marga

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  2. Aquí estoy de nuevo.
    Conociendo alguno más de tus escritos.
    Algunos son muy tristes.
    Como dice el anónimo, al final se te escapa un suspiro.
    Son historias creadas por tí pero que desgraciadamente están al cabo de la calle.
    Se te da muy bien.
    Así que no lo dejes...
    Me imagino que estás muy liada.
    El verano se acabó y ahora nos falta el tiempo secuestrado por la rutina.
    Te dejo un beso.
    Hasta otro ratín.

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